miércoles, 3 de junio de 2009

30-05-2009 crónica sobre la subida a la Tiñosa de Miguel Forcada

A LA TIÑOSA EN MAYO

En nuestra subida de hoy a la Tiñosa, la naturaleza se nos ha mostrado en todo su esplendor. Mayo y día 30; hay pocas fechas mejores. La Horconera es una joya sobre la que se podrían escribir libros. Hoy hemos tenido varios momentos verdaderamente inolvidables: un cernícalo en la misma cumbre que se ha dejado ver pacientemente; un nido en el hueco de un matorral a la orilla misma del camino; o esa explosión de los retamares vistiendo del más puro amarillo toda la sierra…
El recorrido a pié comenzó en el carril de las Chozas, en su cruce con el de Navasequilla. Íbamos quince[1] (entre ellos, dos neófitos en Tiñosa y un converso) y nos dirigimos al valle de la Umbría; cerca ya del cortijo, contemplamos la cara norte de la Tiñosa en toda su dimensión colosal flanqueada de tajos y el valle que desciendo poblado de encinares y repleto hoy de manchas de vivos colores; la buena temporada de lluvias nos ha dado una primavera vibrante, bellísima. Subimos por el carril hasta la fuente y continuamos hasta cruzar el arroyo, todavía con agua, para llegar al antiguo cortijo de la Umbría, ahora en ruinas, en plena sierra ya, en torno a los mil metros de altura. Entramos en un bosque de encinas, que están en plena floración con sus racimos colgantes y amarillentos. No se encuentra en esta zona de la Horconera la rosa maldita o rosa de lobo, también llamada “perruna” o peonía, que en otras zonas ha sido esta primavera muy visible y abundante; pero estamos viendo ya la jara o estepa blanca, en plena floración, y la clavellina silvestre; hemos dejado el encinar y ascendemos por el margen izquierdo del barranco que sube por el centro del valle; los más jóvenes del grupo, o los más fuertes, nos sacan ya mucha distancia y al poco les vemos intentando una nueva variante en el “paso de la culebra”, variante que no encuentran porque vuelven a la vía conocida; fuera de ella no hay más que tajos y barrancos inaccesibles.
Esquivando los canchales y con la ayuda no solo de nuestros bastones, sino agarrándonos en los mayores desniveles al sufrido y fibroso esparto, tan abundante aquí, llegamos poco a poco a la base de los tajos y entramos por la izquierda en el “paso de la culebra”, donde nos esperan, inmutables, varios ejemplares del sorprendente “mostajo” con sus incipientes frutos. Empezamos a escalar el paso, prácticamente gateando por la roca y sacamos algunas fotos que demuestran el tremendo desnivel; son menos de cien metros y estamos ya en la zona de cumbres donde hacemos un descanso contemplando a través de los tajos de Tiñosa, la vertiente este de Alhucemas y por encima los picachos del Bermejo; el paisaje aquí es imponente y un poco más arriba, al alcanzar el filo de la vertiente sur, el espacio se amplía hasta el infinito abarcando las sierras de Málaga, del sur de Jaén y la Sierra Nevada granadina cuya blancura hoy solo adivinamos pues el horizonte se pierde entre la bruma.
Bordeamos la línea de tajos por la ladera sur, entre los 1300 metros y la cumbre. Es aquí la abundancia del piorno fino a aulaga, con sus flores amarillas rodeadas de agudas espinas; pero también hemos visto hoy el piorno azul, menos frecuente, o el tomillo oloroso y otras mil plantas y arbustos cuyo nombre desconocemos. Las lagartijas escapan entre los matorrales y las mariquitas de siete puntos, con su capa roja brillante se muestran a nuestra vista como ocurre siempre que subimos a esta cumbre, por más que nos resulte extraño encontrar aquí un coleóptero aparentemente tan frágil.
Nada más hacer cumbre, al llegar al vértice geodésico, observamos un cernícalo posado sobre una roca a no más de 30 metros de nosotros; nos da tiempo a observarlo, incluso con prismáticos, durante varios minutos y no arranca el vuelo hasta que alguien de nuestro grupo se le acerca a una distancia de menos de veinte metros. También nos sorprende la abundancia de mariposas y otros insectos que hoy revolotean en estas alturas; está claro que la primavera también ha sido estupenda para los insectos.
En la cumbre de Tiñosa, junto a la bandera de Andalucía, algo deteriorada, que permanece allí anclada desde hace ya muchos años, hacemos las fotos de rigor, comemos algo y escribimos en los cuadernos que con los años se han convertido en un caótico archivo de esta cumbre. Los dos neófitos (Agustín y Marcarmen) dan cuenta de su “primera vez”, pero el párrafo escrito por nuestro entrañable amigo Rafa Pimentel (que nos une y nos dirige, pero que tantas veces se había negado, hasta hoy, a acompañarnos a la Tiñosa), explica sus razones y nos da la sorpresa: dice que hoy es el día de su cumpleaños, 38; y que con esta subida logra superar un trauma de su adolescencia, una subida con el Instituto, en la que sufrió más de lo soportable. Todos le felicitamos y le cantamos “Cumpleaños Feliz”.
Iniciamos la bajada en dirección al Morrión y hacemos parada en la plataforma que en el plano de “Google Earth” hemos llamado “Mirador de Lagunillas”; aunque no se ve la aldea, sí se abarcan sus tierras, desde Cañá Tienda y Cortijo Alto hasta la Sierra de Rute y al fondo el Pantano de Iznájar y las tierras de Málaga. En esta zona llaman nuestra atención unos pocos, pero magníficos ejemplares de matagallo y de esa planta de sofisticada arquitectura llamada “Angélica”, en cuyas puntas floridas siempre hay algún insecto.
Subimos a la cueva pues algunos de nuestros senderistas de hoy han visto la foto desde su interior en todas las guías de naturaleza de la comarca y tienen mucha curiosidad en ver el lugar. Alguien pregunta: ¿vivieron aquí los del Neolítico?. Pues tal vez no necesitaron llegar a estas alturas. El descenso desde el Morrión de la Cueva se hace casi por sendero pues este es el camino de bajada más frecuente y también de subida para los no conocedores de esta sierra que vienen desde todas partes; pero ya a la vista del Puerto Mahina, hay que encontrar un paso entre el roquerío pues un despiste puede complicar enormemente la bajada. Escuchamos el graznido de las grajillas o tal vez de la “chova piquirroja” y vemos sus siluetas negras revoloteando cerca de los tajos donde tendrán instalados sus nidos.
Desde el puerto, estamos viendo en la falda de Alhucemas las ruinas de antiguo cortijo de las Chozas de Toledo; por el lugar en que se encuentran, y por las huellas que hay en su entorno, estas ruinas son una lección sobrecogedora sobre las formas de vida en el pasado de nuestra comarca. Un excelente conocedor de la misma, Baldomero Moreno Arroyo, ha escrito refiriéndose especialmente a estas ruinas: “… un extraño sentimiento nos invade al observar los restos de casas y cortijos que tiempo atrás constituyeron los hogares de familias campesinas. E inmersos en nuestro mundo actual y con los modernos medios de comunicación, nos preguntamos ¿cómo es posible que en estos lugares y a esta altura sobreviviera alguien?, ¿de qué vivían?. Y es que realmente se encontraban a poca distancia del modo de vida de los hombres y mujeres del Neolítico.”[2]
Cuenta después Baldomero Moreno que los habitantes de estas auténticas “Chozas de Toledo” tuvieron primero que cortar el encinar que ocupaba la falda de la sierra, despedregar después manualmente, acumulando las piedras en los llamados “majanos”; al final de este proceso pudieron labrar la escasa tierra existente sobre la roca, sembrar y recolectar el cereal para moler el grano y cocer el pan; la caza debió ser elemento fundamental del sustento diario y seguramente existió un pequeño rebaño de ovejas o cabras; el arroyo que comienza en el puerto les permitiría abastecerse de agua y cultivar un minúsculo huerto en el pequeño valle ocupado ahora por una densa junquera de la que sobresalen restos de algún árbol frutal y destaca hoy un enorme álamo.
Miguel Montes, que vive actualmente en La Peñuela, a unos dos kilómetros de aquí arroyo abajo donde cuida un rebaño de cabras, nos aseguró hace poco que cuando él llegó a este lugar hará unos setena años, con menos de diez de edad, todavía vivía una familia en estas “Chozas de Toledo” en pleno Puerto Mahina, a más de mil metros de altura.
La contemplación de esta huella de la evolución humana, que tiende un puente directo entre el Neolítico y nuestros días, nos ha permitido reagruparnos de nuevo. Iniciamos el último tramo de bajada atravesando ese mínimo valle que antes debió ser huerto y por cuyo centro corre un hilo de agua que da origen al arroyo de Navasequilla. Entre las junqueras, en el centro de un arbusto espinoso, encontramos un nido con seis huevos, tal vez de una bisbita que al huir asustada, nos señaló el lugar secreto de sus amores; poco después nos adentramos en un denso retamar en plena floración que cubre de amarillos toda la franja de la sierra colindante ya con el olivar.
En las cercanías del cortijo nuevo de las Chozas, en torno al arroyo se forma un frondoso bosque de ribera, que mantiene un verdor fresco y húmedo cuando ya empieza a apretar el sol (penúltimo día de Mayo) avisando de los rigores del próximo verano. En este lugar, el canto tímido e inquieto de numerosas especies de aves y el recuerdo de ese nido que acabamos de ver, nos hace palpar la existencia de un mundo que ya casi nos resulta desconocido: el mundo de las aves y especialmente el de los pájaros; sabemos que abundan en las estribaciones de Tiñosa la tarabilla, la curruca y el chochín; puede que a las zonas más húmedas, aquí ya junto a la fuente del cortijo, llegue incluso el romántico y esquivo ruiseñor.
Es cierto que no hemos visto al caracol marmóreo, ni el guillomo de dulces frutos, ni el clavel de montaña, ni al águila real, que alguna hay en la Horconera; ni a la collalba rubia con su elegante traje blanco y negro que yo solo he visto una vez en mi vida; ni tampoco (por suerte) la víbora hocicuda, que también las hay. Son las joyas más raras, de entre las muchas que viven en las abruptas laderas de la Tiñosa.
Pero con lo que hemos visto, volvemos con el sentimiento de que hoy, la naturaleza se nos ha mostrado esplendorosa en cada rincón de la sierra. En días así, siempre me acuerdo de mi tío abuelo José, que murió solo siete años después de que yo naciera; aunque no vivió en el campo, amaba intensamente la naturaleza y especialmente los paisajes de Priego. Él fue la primera persona que me hizo mirar la tierra con admiración; la que él sentía la expresó en numerosos poemas dedicados a los campos, a las sierras y a las gentes de Priego, que todavía me emocionan. En su recuerdo quiero terminar esta crónica con un fragmento de uno de estos poemas.

“Se asienta Priego al pié de una montaña
Cuyo nombre Tiñosa siempre ha sido.
Grandiosas moles de la antigua España
Brotan de sí como de blanco nido.
….
Floridas sierras donde el alba asoma,
Y agrestes picos donde el sol se muere
La vega al norte con su hermosa loma
Y al sur la mole que las nubes hiere;
y dando a todo vida y rico aroma,
regatos mil que observará el que fuere,
manantiales y fuentes cristalinas
y ríos de abundantísimas salinas.”[3]
………..

Miguel Forcada Serrano
Mayo 2009.


[1] Gertru Pulido, Mary Carmen Yévenes, Paqui Campos, Rafa Pimentel, Rafael y Juan José Osuna, Agustín Espinosa, Antonio Montes, Vicente Gallego y su hijo Mario, José Antonio Arjona, Javier Campillo y este escribidor.
[2] Varios Autores.- “Priego de Córdoba. Guía Multidisciplinar de la ciudad y su territorio”. Ed. Ayuntamiento de Priego, Diputación de Córdoba y Cajasur. Córdoba, 1997. Pág. 60.
[3] Fragmento del poema titulado “Priego de Córdoba”, página 264-269 de su libro “Hacia Dios” editado en 1960

2 comentarios:

Mª Antonia dijo...

Extraordinaria crónica con broche de oro, Miguel. Me has emocionado.

(Feliz cumpleaños con retraso, Rafael).

Abrazos.

Rafael Pimentel Luque dijo...

Gracias Toñi, tú siempre tan amable.